El arte de curar

Saber escuchar bien es la esencia del arte de la medicina. Es la parte más difícil de superar, la más compleja de aprender. El objetivo de la medicina es curar. Cuando no se escucha, las consecuencias son muy importantes. De hecho, uno de los grandes errores que se cometen en la práctica médica es la costumbre de interrumpir al paciente 15 segundos después de que haya empezado a explicar lo que le pasa. Debe recordarse a este respecto un aforismo fundamental: «si todo lo demás fracasa, ¿por qué no intentar escuchar al paciente?». Así lo expresaba Gregorio Marañón, de cuyas obras me he impregnado gracias a la insistencia y el ejemplo de mi padre, genio y figura hasta la sepultura.

Al menos un 80% de los problemas que plantea un paciente al médico son triviales; es decir, no se trata de cáncer ni de ataques al corazón, sino de dolencias que se curan con el paso del tiempo, como decía Hipócrates. De hecho, Norman Cousins, un gran escritor estadounidense, afirmaba que los americanos creen que van a vivir siempre, hasta que se acatarran. Entonces, piensan que morirán antes de diez días. La conclusión es clara: la salud alcanza su máximo valor solo cuando se pierde.

Sin lugar a dudas, la información forma parte integral de la terapia y existen sólidas evidencias de que los pacientes bien informados consiguen una mejoría superior que aquellos que están desinformados. Por tanto, es esencial disponer de una información de calidad, oportuna y accesible, para apoyar el tratamiento de cualquier tipo de enfermedad a lo largo de todo su proceso, como ya constató Ramón y Cajal.

La información al paciente debe ir acompañada de un trato admirable, de empatía médico-paciente, de confianza mutua y respeto; en suma, de una medicina más humanizada para poder curar de forma personal. Tales son, en definitiva, los ingredientes principales de las necesidades de los pacientes. La relación médico-paciente es una alianza de estos sentimientos hasta el punto de que, si se sabe optimizar, contribuye a la curación. A estos principios éticos, mi mentor espiritual, Tomeu Catalá, añadiría la disciplina y el amor.

Otro aspecto esencial de la actuación del médico es la gestión emocional del paciente. Para ello, manejará con mucho tacto las emociones del paciente, como un aspecto clave que influye de manera decisiva en su proceso de salud-enfermedad. Me refiero claramente a la capacidad de comunicación y, en concreto, a las habilidades del médico para informar y motivar al paciente. Basta con leer El círculo de la motivación, de mi entrañable colega, el Dr. Valentín Fuster, para constatar esta obviedad.

Al transmitir la información al paciente, se debe proceder con gran rigor, con un diagnóstico claro que, al mismo tiempo, aporte soluciones; es decir, el tratamiento más adecuado, «personalizado» y basado en evidencias científicas. En este sentido, resulta apasionante recordar a Molière quien, en su obra maestra, El enfermo imaginario, retrató al paciente hipocondríaco (el 30%), extremadamente vulnerable a la información médica y con el cual es preciso ser aún más delicado cuando se le informa de un diagnóstico o un tratamiento.

No obstante, el punto de partida para poder curar es la «intencionalidad del médico». Es esencial aplicar una práctica clínica centrada en la curación, con los cinco sentidos, de acuerdo con los criterios de Severo Ochoa, Premio Nobel de Medicina. Así vislumbraremos la realidad. Los problemas que exponen los pacientes ante sus médicos son normalmente resultado de la vida misma, de un estrés crónico derivado de encontrarse en un estado de alerta permanente, expuestos a factores de riesgo, sujetos a shocks emocionales, inmersos en crisis personales por pérdidas familiares y, en muchas ocasiones, superados por no saber cruzar el «laberinto» que conduce al tratamiento que los puede curar.

Mi propósito es ayudar a los pacientes a que conozcan los fármacos más innovadores y tecnológicos que puedan contribuir a curar su enfermedad. Destacan la terapia con células madre, la inmunoadsorción, las nuevas moléculas, las válvulas cardíacas percutáneas, los robots quirúrgicos, la información del genoma humano o la basada en la biología molecular, entre muchos otros. Tampoco me olvidaré de los remedios tradicionales, como las altas dosis de vitamina C experimentadas por Linus Pauling, un verdadero sabio y Premio Nobel de Medicina por quien siento admiración.

Debo recordar que existen innumerables avances farmacológicos y tecnológicos de alto poder curativo que no llegan al paciente, por desconocimiento. Sin duda, en el contexto actual de continua transformación de los sistemas sanitarios, este blog actuará como un testigo de la evolución de la medicina en un momento de disrupción tecnológica. Hoy, como nunca antes, se han creado importantes expectativas en torno a los resultados de la ciencia y su potencial contribución a la curación de las enfermedades y a la mejora de la calidad y la esperanza de vida. Como muy bien se refleja en el informe de las Naciones Unidas, el horizonte de vivir cien años no se plantea ya como una entelequia. Al contrario, es una realidad para los longevos portadores del gen APOB, también conocido como Matusalén.

También quiero tener muy presente el poder de la oración, su fuerza terapéutica. La emanación invisible del espíritu humano es la forma de energía más poderosa que el hombre puede generar. En este sentido, existen evidencias científicas de la influencia positiva de la oración en la curación. Así lo recogen las investigaciones realizadas por mi «converso» favorito, el Dr. Alexis Carrel, Premio Nobel de Medicina que es un verdadero paradigma.

El camino que me ha llevado hasta estas reflexiones ha sido posible gracias al Dr. Bernard Lown, cardiólogo y Premio Nobel de la Paz, que, en el año 1997, me transmitió los principios y valores que constituyen los cimientos de mi actividad profesional y que deseo compartir. Estos avances se desvelan en El Poder de Curar, en el que escribo con verdadera vocación, ya que, como decía Isaac Asimov, «escribo por la misma razón que respiro… porque si no lo hiciera, me moriría».

Manuel de la Peña, M.D., Ph.D.

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Director de la Cátedra del Corazón y Longevidad, Doctor “cum laude” en medicina, profesor de cardiología, escritor, académico, investigador y con experiencias de éxito en gestión.

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