La Iglesia francesa anunció en febrero de 2018 que la Virgen de Lourdes ha concebido su milagro número 70. La afortunada es una religiosa inválida que, en 2008, peregrinó durante varios días al santuario de Lourdes. De los más de 7.000 casos de curaciones que se han registrado en la oficina médica de Lourdes, 70 han sido reconocidos por la Iglesia como «milagros». En este momento, como punto de inflexión, recuerdo a Francis Collins, uno de los padres del Genoma Humano, quien siempre afirma que «los milagros son una posibilidad real».
Fue en 1858 cuando a una campesina de 14 años llamada Bernadette Soubirous se le apareció la Virgen de Lourdes en una especie de gruta rocosa, la Gruta de las Apariciones. Desde entonces, en Lourdes se han producido 16 Apariciones de la Virgen María y esta zona se convirtió en santuario y lugar de peregrinación de 3 millones de personas cada año, entre los que se encuentran más de 50.000 enfermos y discapacitados. Se cree, además, que el agua del manantial de la zona tiene poderes curativos.
A partir de la base filosófica del «poder terapéutico de la oración» nace la Misión, que extrae su fuerza espiritual del Oratorio de Lourdes de Madrid y alcanza su máximo esplendor en el Monasterio de Notre-Dame de Gaussan, en Francia. Desde el Oratorio, desarrolla su labor misional en ayuda a los enfermos verdaderamente necesitados, con un espíritu solidario y unos sólidos principios basados en impregnar de fe católica a los desamparados. Para ello, nos inspiramos en San Francisco de Asís, que recomendaba: «empieza haciendo lo necesario, después lo posible y, de repente, te encontrarás haciendo lo imposible».
En este contexto, quiero narrar una experiencia personal. Hace algún tiempo, Marco Hohenlohe recibió una llamada desde el cielo para que se uniera a mí como alma gemela en la «La Misión». Tengo un entrañable recuerdo de su espíritu solidario con los pacientes más necesitados. Pusimos la primera piedra e hicimos juntos nuestras promesas en el Oratorio de Lourdes, en Madrid. Marco aportó toda su intuición celestial, su entusiasmo, y, de forma imparable, todas las noches me invadió con sus toques llenos de ilusión. Yo, obviamente, asumí el desafío. Guiados por la providencia, iniciamos un nuevo camino que marcará un pequeño hito. Y, como decía Antonio Machado, «caminante, no hay camino, se hace camino al andar».
Hay evidencias de que «la oración es el único poder en el mundo capaz de vencer las Leyes de la Naturaleza». A los resultados obtenidos a través de la oración los llamamos «milagros». Es apasionante observar a médicos que han pasado del agnosticismo a una fe inmensa gracias al estudio de casos clínicos de pacientes que se han curado con la ayuda de la oración. De hecho, lugares sagrados como Lourdes han sido testigos de estas curaciones milagrosas. Por este motivo, se ha creado un Comité Médico Científico Internacional en el que participan médicos eminentes cuya única misión es realizar una evaluación médica y confirmar o descartar si se ha producido o no la curación. Uno de los hechos que más me ha impactado ha sido ver con mis propios ojos infinidad de muletas abandonadas a la salida de Lourdes, algo que permanece en mi memoria desde mi primera visita.
Os confieso que llevo treinta años dialogando con Dios y, a diario, le pregunto por qué me ha colocado en situaciones tan adversas, en acantilados emocionales. Hasta que un día descubrí «la penitencia» y los secretos de Su grandeza. En ese momento, sientes como cambia tu vida y empiezas a viajar a la velocidad del sonido, sobrevolando el bien y el mal. Es maravilloso observar que, cuando las cosas no suceden a tu antojo, Dios te encauza por tu verdadero camino, de tal manera que todo lo insustancial llega a ser prescindible. Porque llegas a descubrir tus egoísmos, tu tonta vanidad, tus desatinos. En este sentido, recuerdo las palabras de Santa Teresa de Calcuta: «da siempre lo mejor de ti y lo mejor vendrá».
Llegados a este punto, inicio el camino sagrado hasta alcanzar la cúspide de la razón. Esto sucede el 13 mayo de 2015, día de la Virgen de Fátima, cuando adopto la siguiente fórmula ante la Virgen María, madre de Dios, en Francia, en el monasterio benedictino de Notre-Dame de Gaussan: «TOTUS TUUS EGO SUM, ET OMNIA MEA TUA SUNT. ACCIPIO TE IN MEA OMNIA. MIHI COR TUUM PRAEBE, MARIA» («yo soy todo para ti y todo lo que tengo es tuyo. Toma mi todo. ¡Oh, María, dame tu corazón!»).
En ese momento sentí una armoniosa unificación de mente y espíritu, que dio a mi frágil constitución humana una naturaleza invencible. Con mis plegarias viví lo que Alexis Carrel llamaba «una emanación invisible del espíritu del hombre, que es la forma más poderosa que el hombre pueda generar».
Cuando estás con una persona con fe, observas que brilla una luz especial, porque un constante y silencioso milagro opera, cada segundo, en los corazones de esos hombres y mujeres. Ellos han descubierto que la oración los provee de una corriente continua de poder que los sostiene en sus vidas cotidianas. Marco Hohenlohe se ha ido al cielo y, desde allí, percibo como me guía. Y empiezo a comprender las palabras de Dostoievski: «el secreto de la existencia humana no consiste solo en vivir sino en saber para qué se vive».
Hay muy pocas personas con sensibilidad especial para comprender que la verdadera devoción a la Virgen María, madre de Dios, es justamente cristocéntrica. Es más, está profundamente enraizada en el misterio trinitario de Dios y en los de la Encarnación y la Redención. Así se refleja en la gran obra La devoción verdadera a María, de San Luis Grignion de Montfort. Y, precisamente, el Oratorio de Lourdes en Madrid es un verdadero paradigma de las evidencias de sus misterios. Testimonios del papel que Lourdes juega en sus vidas, plasmados en placas de mármol esculpidas con frases de agradecimiento a la Virgen de las numerosas familias que se han curado.
Recordemos que San Agustín no fue cristiano durante toda la vida. Se hizo converso, vivió muchas religiones y corrientes filosóficas antes de abrazar el cristianismo, donde encontró la paz. De hecho señaló que, en cuestiones religiosas, la razón llega hasta unos límites, porque «el cristianismo es un misterio divino al que solo podemos acercarnos a través de la fe». San Agustín insistía en que el ser humano es un ser espiritual, tiene un cuerpo material, que pertenece al mundo físico donde la polilla y el óride corroen, pero también un alma que puede reconocer a Dios.
Si tomamos a San Agustín como paradigma de los conversos, y conocemos el camino que ha seguido Alexis Carrel, Premio Nobel de Medicina y converso reconocido por sus experiencias sobre milagros en Lourdes, podemos llegar a la cúspide de la razón. Estos hitos históricos son un buen referente para, en el marco de la Misión, poner en valor el conocimiento adecuado y resaltar el valor de la fe católica ante las muchas personas que quieran convertirse y vivir firmemente sobre relatos bíblicos. Llegará el momento en que, como cristianos, se aprenda a hablar y comunicarse directamente con Dios mediante la oración. Y se puedan recibir revelaciones personales, sabiduría e inteligencia adicional para entender los misterios divinos.
De hecho, en el siglo XXI se está produciendo un cambio de paradigma. Se trata de la aparición de personas que entregan su alma a la Virgen María, para ayudar a los demás. Es una forma de crecimiento personal exponencial.
Con esta sólida base espiritual, iniciamos el camino hacia el Padre. Ponemos nuestros valores al servicio de los más necesitados, sin olvidar las palabras de Kant: «el cielo le ha dado tres cosas al hombre como contrapeso a tantas penas: la esperanza, el sueño y la risa».
Manuel de la Peña, M.D., Ph.D.
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