Como decía Isaac Asimov “escribo con la misma razón que respiro…porque si no lo hiciera, moriría”. Hoy es la sensación que tengo al escribir sobre algo que está anestesiado en los sistemas de salud. Cuando hablamos de humanización de la medicina, la información al paciente es clave, pero debe ir acompañada de un trato admirable, de empatía médico-paciente, de confianza mutua y respeto; en suma, se trata de aportar calor humano, transmitir afecto, respetar la dignidad y darle valor a la libertad, individualidad y autonomía del paciente, y estos son, en definitiva, algunos de los ingredientes principales de las necesidades de los pacientes. De hecho, la relación médico-paciente es una alianza de estos sentimientos, hasta el punto de que, si se saben optimizar, contribuyen a la curación. Y como decía, Albert Camus, “un hombre sin ética es una bestia salvaje soltada a este mundo”.
El principio del cambio
Existen claras evidencias de que los pacientes bien informados consiguen una mayor mejoría que los que no lo están, ya que la información es parte integral de la terapia. Por este motivo, los pacientes tienen el derecho fundamental de recibir una información de calidad, oportuna y accesible, que es esencial para apoyar, a lo largo de todo el proceso, el tratamiento de su enfermedad. En una palabra, un paciente informado es un paciente más sano, y como decía Confucio, “aprender sin reflexionar es malgastar la energía”.
En este sentido, saber escuchar bien es la esencia del arte de la medicina. Es la parte más difícil de superar, la más compleja de aprender. Cuando no se escucha, las consecuencias son muy importantes. Debemos saber optar por mirar al ordenador o mirar a los ojos del paciente y de hecho, uno de los grandes errores que se cometen en la práctica médica es la costumbre de interrumpir al paciente 15 segundos después de que haya empezado a explicar lo que le pasa. Debe recordarse a este respecto un aforismo fundamental: «si todo lo demás fracasa, ¿por qué no intentar escuchar al paciente?». Así lo expresaba Gregorio Marañón, de cuyas obras me he impregnado gracias a la insistencia y el ejemplo de mi padre, genio y figura hasta la sepultura, pero como decía Cernuda, “el hombre muere para que nazca el héroe”.
En definitiva, más información, mejor trato y tratamientos innovadores son los tres pilares de la satisfacción de los pacientes. Me atrevería a decir que es preciso fomentar tratamientos a la carta, personalizados y adaptados a las necesidades de cada paciente, y como decía Anatole France, “la moral descansa naturalmente en el sentimiento”. Como podemos observar para humanizar es necesario un cambio de paradigma y caminar hacia un modelo que ponga en valor al ser humano, que conceptualice las diferentes dimensiones que constituyen al paciente como persona, como un ser bio-psicosocial, y como decía Séneca, “admira a quien lo intenta, aunque fracase”.
Nuestras palabras tienen el poder de crear y el poder de destruir, y el verdadero paradigma, en la relación médico –paciente, lo constituye “el poder de la palabra”, donde el vocabulario que empleamos, las palabras que decimos, nuestra forma de hablar, nuestra actitud positiva o pesimista, se quedan enganchadas en la mente y corazón del paciente, hasta el punto que con nuestra boca decretamos el futuro del paciente, y a partir de ese momento puede cambiar la vida del paciente, para bien o para mal. En conclusión, las palabras NO se las lleva el viento y hay que tener mucho tacto a la hora de comunicarnos con el paciente. Debemos tener presente que el propio Hipócrates codificaba el arte de curar en cuatro características: ante todo jamás inquietar; siempre que sea posible, suavizar; a veces, curar; pero siempre, tranquilizar, y como decía Marilyn Monroe, “la vida es corta… sonríele a quien llora, ignora a quien te critica y sé feliz con quien te importa”.
Otro aspecto esencial de la actuación del médico es la gestión emocional del paciente, y de hecho “el ánimo es la más sana medicina”, como decía Salomón. Para ello, debemos manejar con mucho tacto las emociones del paciente, como un aspecto esencial que influye de manera decisiva en el proceso de salud-enfermedad. Me refiero claramente a la capacidad de comunicación y, en concreto, a las habilidades del médico para informar y motivar al paciente, y para ello al transmitir la información al paciente se debe proceder con gran rigor, con un diagnóstico claro que, al mismo tiempo, aporte soluciones; es decir, el tratamiento más adecuado, «personalizado» y basado en evidencias científicas, y como decía Cicerón, “fuerte es el peso de la propia conciencia”.
No obstante, el punto de partida para poder curar es la «intencionalidad del médico». Es esencial una práctica clínica centrada en la curación, con los cinco sentidos, de acuerdo con los criterios de Severo Ochoa, Premio Nobel de Medicina. Así vislumbraremos la realidad, ya que los problemas que exponen los pacientes ante sus médicos son normalmente resultado de la vida misma, de un estrés crónico derivado de encontrarnos en un estado de alerta permanente, expuesto a factores de riesgo, sujetos a shocks emocionales, y en algunas ocasiones inmersos en crisis personales. De hecho, al menos un 80% de los problemas que plantea un paciente al médico son triviales; es decir, no se trata de cáncer ni de ataques al corazón, sino de dolencias que se curan con el paso del tiempo, como decía Hipócrates.
En este sentido, quiero hacer un punto de inflexión: «Primum non nocere», lo primero es no hacer daño a un paciente. Siempre tengo presente esta máxima a la hora de tomar decisiones clínicas, siguiendo los principios de Hipócrates (V a.C.), padre de la medicina y autor del Corpus hippocraticum. El principio hipocrático debe ser el core de nuestra praxis médica. Es de tanto sentido común que, cuando lo aplicamos, evitamos numerosos problemas y minimizamos el riesgo en nuestras actuaciones médicas, máxime en unos días en que los médicos hemos de vivir atrincherados en un «sistema de medicina defensiva» que constituye un verdadero calvario y que no debería condicionar nuestro único objetivo: curar. Por ello, cada día coincido más con Nietzsche que pensaba que “el poder lo tiene quien pone los valores con los cuales actuamos”.
Una idea muy ligada a la forma de actuar del médico es la idea de su imagen de fortaleza, de su carisma, de la posibilidad de hacerse presente, de ser afectuoso y respetuoso con el paciente. Aristóteles y santo Tomás de Aquino caracterizan al «médico con personalidad», al «médico con alma» y que marca una impronta en la consulta médica. Si todas estas virtudes se conjugan con «la intencionalidad del médico», habremos encontrado el camino hacia la excelencia médica, y como decía Dante “quien sabe de dolor, todo lo sabe”.
Todos estos aspectos los hemos ido divulgando en el Congreso Europeo de Pacientes, Innovación y Tecnología, que desde hace varios años presido y donde hemos logrado crear una corriente de opinión encaminada a la satisfacción de los pacientes, porque como decía Sófocles, “la verdad puede más que la razón”. En este marco luchamos por rescatar todos los principios éticos y tomar como base la humanización de la medicina y unirlos a las innovaciones tecnológicas tanto en pruebas de imagen médica, como en procedimientos terapéuticos. Este arsenal diagnóstico y terapéutico confirma la gran revolución experimentada por la medicina, lo que permite al médico un abordaje del paciente con más probabilidades de éxito en la curación, y como decía Nelson Mandela, “no es valiente aquel que no tiene miedo sino el que sabe conquistarlo”.
No obstante, vivimos una revolución silenciosa que ha transformado el sistema sanitario desde los cimientos. Se trata de la aparición, ya constatada, de un paciente más informado y, como consecuencia, de una nueva relación del médico con una persona que acude a su consulta con más formación, criterio y conocimiento de la patología que padece. Este “paciente experto” llega, en ocasiones, en busca de una segunda opinión. Esto significa que el paciente no asume ya un rol pasivo, sino que es copartícipe y corresponsable en la toma de decisiones sobre su enfermedad. Como decía Ortega y Gasset, «lo menos que podemos hacer, en servicio de algo, es comprenderlo». Debemos pensar que el paciente se encuentra en una posición vulnerable. Por lo tanto, su esperanza de curarse inspira esa entrega, hasta el punto de que, en esta comunicación asimétrica, los galenos somos vistos con devoción. En este aspecto se fundamenta el rol mágico que desempeñamos los médicos, por el cual la confianza, la devoción y la fe penetran en lo más profundo de la intimidad de los pacientes, y como decía Mateo Alemán “el deseo vence al miedo, atropella inconvenientes y allana dificultades”.
En este sentido el paciente se ha empoderado y, por tanto, tiene el derecho a ser escuchado e informado, a tener un diagnóstico, a recibir un informe clínico, a acceder a su documentación clínica, a un consentimiento informado, a la autonomía en sus decisiones, a un testamento vital y, por supuesto, a la confidencialidad, y como decía Sócrates “la buena conciencia es la mejor almohada para dormir”. Asimismo y por su parte, ha de ser respetuoso con sus deberes, respetar las normas y procedimientos y utilizar racionalmente los recursos sanitarios, y como decía el Dalai Lama “si nuestra mente se ve dominada por el enojo, desperdiciaremos la mejor parte del cerebro humano: la sabiduría, la capacidad de discernir y decidir lo que está bien o mal”.
El poder del paciente
Bajo mi punto de vista otro aspecto esencial es la libre elección de médico y hospital para que los pacientes puedan elegir su facultativo y su centro sanitario. Es importante asimismo que todos los pacientes puedan tener el acceso a tratamientos innovadores y a nuevas tecnologías, potenciar una educación terapéutica que contribuya a la adherencia a los tratamientos, pero como decía Napoleón, “la batalla más difícil la tengo todos los días conmigo mismo”.
Por otra parte, debemos ser conscientes que las personas enfermas viven con malestar determinadas situaciones, que son las reclamaciones más habituales y que es necesario subsanar: las listas de espera, la poca atención, el trato inadecuado, la falta de claridad en la información, la seguridad y los tiempos tan cortos de la consulta médica, pero como decía Gregorio Marañón, “nadie más muerto que el olvidado”.
Para lograr la humanización de la medicina, no se trata de modificar la estructura de los servicios, sino su funcionamiento. Se ha producido un cambio en la demanda de los pacientes a la que los profesionales sanitarios debemos dar respuesta con la máxima eficiencia y seguridad. El objetivo es la mejora continua. Si perfeccionamos nuestros resultados y mejoramos la percepción del servicio, lograremos incrementar el valor para el paciente. Si a esto se suma una reducción de los costes, se creará un valor para toda la sociedad, y como decía Séneca “lo que la razón no consigue, lo alcanza a menudo el tiempo”.
Otro aspecto esencial consiste en la evolución de un sistema sanitario reactivo y pasivo, que espera a los pacientes, hacia uno proactivo que interviene de forma anticipada con la finalidad de prevenir las enfermedades. Este cambio implicará un traslado progresivo de parte de la actividad asistencial que se realiza en los hospitales y centros de atención especializada hacia una provisión de cuidados con mayor peso en el nivel de atención primaria, en la medida de lo posible en el propio domicilio, y como decía Isaac Asimov, “nunca permitas que el sentido de la moral te impida hacer lo que está bien”.
Por otro lado, una de las prioridades es el avance hacia la sanidad digital que permitirá un seguimiento más estricto y continuado de los pacientes, con el objetivo de hacerlos corresponsables en el autocuidado de sus enfermedades. En este sentido, las tecnologías innovadoras tendrán un papel primordial como elemento estratégico, ya que es preciso acercar el sistema al paciente con instrumentos como la historia clínica electrónica. Es fundamental disponer de un sistema electrónico para que los pacientes, como sujetos activos, puedan tener acceso, y así conocer su historial clínico y su sistema de citas. Ello será posible únicamente con la firma electrónica, de manera que se evitará la obligación de acudir al centro de salud para pedir los datos y se ahorrarán las dilaciones de ese proceso. Asimismo se podrá acceder a la digitalización de las pruebas de imagen como ecografías, TAC, resonancias cardíacas y un largo etcétera, lo que evitará la duplicidad de pruebas y reducirá costes, entre otras muchas ventajas, y como decía Maquiavelo, “pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos”.
Para lograr la humanización del sistema el camino está claro. El cambio de paradigma es evidente, y a los pacientes debemos situarlos en el centro del sistema, en el núcleo de la innovación sanitaria, y solo así se logrará satisfacer sus necesidades, pero como decía Gandhi, “la enfermedad es el resultado no solo de nuestros actos sino también de nuestros pensamientos”.
El camino que me ha llevado hasta estas reflexiones ha sido posible gracias al Dr. Bernard Lown, cardiólogo y Premio Nobel de la Paz, que en el año 1997 me transmitió los principios y valores que constituyen los cimientos de mi actividad profesional y que deseo compartir, y siempre tengo presente lo que decía Horacio, “la virtud es el punto medio entre dos vicios opuestos”.
Manuel de la Peña, M.D., Ph.D.
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