Me imagino que recordarás la frase de John Lennon: «la vida es aquello que te va sucediendo mientras te empeñas en hacer otros planes». En la vida moderna, la hipertensión arterial ocupa un lugar importante dentro de la medicina. Es un trastorno con un gran componente genético, ya que se han estudiado más de 50 genes que podrían estar involucrados. En ella influye también la edad. Con el transcurso de los años, el número de fibras de colágeno en las paredes arteriales aumenta, con lo que los vasos sanguíneos se vuelven más rígidos. Esta reducción de la elasticidad provoca el estrechamiento del área seccional, con lo que se crea resistencia al flujo sanguíneo y, como consecuencia compensadora, un aumento de la presión arterial.
Por otro lado, algunos pacientes padecen apnea del sueño, un trastorno común y una posible causa de hipertensión arterial. Su tratamiento por medio de presión positiva continua en la vía aérea (CPAP) u otro manejo clínico mejora la hipertensión. Como dato puntual, debe tenerse en cuenta que los afroamericanos presentan una mayor incidencia de hipertensión.
El objetivo terapéutico al tratarla es muy claro: alcanzar un nivel de presión arterial óptimo de 120/80 y máximo de 130/80 mmHg, para lo cual el tratamiento se mantendrá de forma indefinida. En este sentido, una buena relación médico-paciente, la educación terapéutica y la simplificación del tratamiento contribuyen al cumplimiento terapéutico y a su adherencia. De ahí el gran interés que se asocia a que el paciente aprenda a realizar sus mediciones periódicamente como mecanismo de autocontrol con un esfigmomanómetro que debería tener en la mesilla de noche.
En conjunto, unos mil millones de personas en el mundo sufren hipertensión. De ellos, nueve millones mueren al año, y solo el 16% de los pacientes están bien controlados. Estos datos nos deben hacer reflexionar, tanto más porque los factores que influyen en el paciente hipertenso son multifactoriales. Por ahora nos centraremos en los factores modificables, es decir, aquellos hábitos y estilos de vida vinculados a nuestro comportamiento que pudieran modificarse. A continuación describiré mis reglas de oro contra la hipertensión, cuya finalidad no es otra que ayudar a los pacientes.
1. Huyendo de la sal
El 70% de las personas hipertensas son sensibles a la sal. En estos pacientes, al aumentar la ingesta de sal se eleva la presión osmótica sanguínea, debido a la retención de agua, con lo que aumenta la presión sanguínea. La reducción de la ingesta a 5 g por día reduce la presión arterial sistólica (PAS) un promedio de 6 mmHg.
La presencia de sal en los alimentos elaborados pretende principalmente realzar su sabor y facilitar su conservación. El 75% de la sal que consumimos proviene de productos elaborados, dado que la mayoría de los alimentos frescos no contienen sal. Lo ideal sería consumir productos con un etiquetado «bajo en sal» o «sin sal» pero, como diría Santiago Ramón y Cajal, uno de mis premios Nobel favoritos, «el arte de vivir mucho es resignarse a vivir poco a poco».
En este sentido, deben evitarse alimentos muy ricos en sal como aceitunas, anchoas, snacks salados y sopas en lata, entre otros. Como alternativa a la sal son preferibles otras especias, como hierbas aromáticas, zumo de limón, ajo fresco o polvo de ajo o cebolla, que también potencian el sabor de las comidas.
2. Practicando ejercicio físico
La realización del ejercicio aeróbico no intenso regular (nadar o caminar) durante 30-45 minutos, 3 o 4 veces a la semana, tiene efectos muy beneficiosos. Puede disminuir la presión sistólica en 4-8 mmHg. El ejercicio físico tiene un gran efecto cardioprotector. A este respecto cabe recordar la sentencia de Edward Stanley: «aquellos que creen que no tienen tiempo para hacer ejercicio, tarde o temprano tienen que buscar tiempo para estar enfermos». Si no te motiva correr o hacer deporte, una manera de abandonar la inactividad física es apuntarte a una escuela de baile (salsa, flamenco, rock, etc.).
3. Combatir el estrés y gestionar las emociones
Las personas sometidas a tensión emocional, conflictos, ira, hostilidad y estrés sufren una mayor labilidad de su presión arterial. La clave es dominar los pensamientos propios, tener una actitud mental positiva. Como decía Louis Pasteur: «la fortuna juega a favor de una mente preparada». Puede resultar de gran ayuda aprender técnicas de relajación y respiración. Además, es evidente que «la lectura es a la mente lo que el ejercicio al cuerpo», según palabras de Joseph Addison.
4. Adoptando una dieta DASH
La dieta DASH consiste en disminuir el consumo de grasas saturadas y aumentar la ingesta de frutas, verduras, cereales y legumbres (fibra), así como de pescado. Estos son alimentos ricos en vitaminas y potasio, y pobres en sodio. Según Thomas Edison, «el médico del futuro no tratará el cuerpo humano con medicamentos, sino que más bien curará y afrontará las enfermedades con la nutrición».
5. Reducir sobrepeso-obesidad-diabetes
La acumulación de grasa abdominal se asocia a un aumento del riesgo de enfermedad coronaria. En sentido contrario, la disminución de la ingesta calórica con la pérdida de 5 kg de peso consigue reducir 5 mmHg la presión sistólica. Además, la pérdida de peso tiene un efecto beneficioso sobre la resistencia a la insulina/diabetes. Resulta kafkiano que, mientras 1.400 millones de personas en el mundo sufren sobrepeso-obesidad, 850 millones padecen hambre crónica.
En las investigaciones se ha constatado la existencia de una estrecha correlación entre el índice de masa corporal y la presión arterial. A la inversa, un régimen hipocalórico en un obeso hipertenso está acompañado de una bajada de la presión. Asimismo, los pacientes diabéticos tienen, en promedio, una presión arterial más elevada que el resto de la población. En los individuos normotensos sucede lo contrario: la insulina estimula la actividad del sistema nervioso simpático sin elevar la presión arterial. Sin embargo, en pacientes con condiciones patológicas de base, como el síndrome metabólico, la actividad simpática aumentada puede sobreponerse a los efectos vasodilatadores de la insulina. Esta resistencia a la insulina ha sido propuesta como uno de los factores causantes del aumento de la presión arterial en ciertos pacientes con enfermedades metabólicas. En estas situaciones, la clave es mantener una hemoglobina glicosilada inferior a 6.
6. Evitar el tabaco, el alcohol y las drogas
Como decía Molière, «todos los vicios, con tal de que estén de moda, pasan por virtudes». Así sucedió hasta hace poco con el tabaco. La nicotina que contiene actúa directamente sobre las glándulas suprarrenales y provoca una descarga de catecolaminas, entre las que destaca la adrenalina que actúa directamente sobre las arterias coronarias y provoca un aumento de la tensión arterial y de la frecuencia cardíaca y una mayor demanda de oxígeno por parte del corazón. Asimismo, la cafeína produce una elevación transitoria de la presión arterial.
Por su parte, el alcohol atenúa los efectos de los fármacos antihipertensivos. Su ingesta debe limitarse a 30 g por día (dos copas de vino). Si no se sobrepasan estos niveles, la presión arterial no aumenta significativamente. No obstante, debe tenerse en cuenta que el alcohol puede desencadenar arritmias cardíacas, es decir, alteraciones del ritmo, y puede influir en la pérdida de control de la tensión arterial.
En lo que respecta a las drogas, el consumo de cocaína, crack y éxtasis produce una activación del sistema nervioso simpático, al aumentar las concentraciones de catecolaminas hasta en cinco veces sobre los niveles normales. Como consecuencia se producen taquicardias, arritmias, vasoconstricción, elevación brusca de la presión arterial y hasta muerte súbita. En dosis bajas, el cannabis provoca taquicardia y aumento del gasto cardíaco y, en dosis elevadas, ocasiona bradicardia e hipertensión. El riego de infarto es 4,8 veces superior en la hora siguiente a su consumo.
7. Evitar las consecuencias de una hipertensión sostenida
Lamentablemente, alrededor del 70% de los casos de trombosis cerebral y del 90% de las hemorragias intracraneales no traumáticas se producen en personas hipertensas mal controladas. Aristóteles afirmaba rotundamente que «saber es acordarse». Por eso, debe insistirse en que los hipertensos están expuestos a accidentes cerebrovasculares (ictus), angina de pecho, infarto de miocardio, insuficiencia cardíaca, hipertrofia del ventrículo izquierdo, microalbuminuria, insuficiencia renal, retinopatía y enfermedad vascular periférica.
8. Evitando lo que eleva la tensión arterial
Decía Cicerón: «una cosa es saber y otra saber enseñar». Si queremos que los pacientes aprendan, hemos de divulgar que, además de la ingesta de sal y de la propia tensión emocional, otras sustancias que pueden desencadenar una presión arterial alta son: corticosteroides, regaliz, estrógenos y anticonceptivos orales, drogas, bicarbonato sódico (por su alto contenido en sodio), chicles de nicotina (contienen sodio), descongestivos nasales (vasoconstrictores) y antigripales (que contienen fenilefrina, efedrina, etc.). A la lista se suman, entre otros, algunos antidepresivos y neurolépticos.
9. Cumplir adecuadamente con el tratamiento
«Amar y sufrir es, a la larga, la única forma de vivir con plenitud y dignidad», afirmaba Gregorio Marañón. Habitualmente se debe comenzar con una dosis baja del fármaco, ya que esta medida minimiza los efectos adversos. La tasa de respuesta a la monoterapia no suele superar el 50%. Por ello, una terapia combinada de fármacos en dosis bajas o medias es más eficaz que la monoterapia en dosis altas. Asimismo, utilizar fármacos de acción prolongada favorece el cumplimiento terapéutico. El tratamiento se tomará habitualmente en la primera hora de la mañana, y en algunos pacientes puede ser más oportuno administrar las dosis cada 12 horas. No debe olvidarse, por otra parte, que cuando se dejan de tomar los fármacos antihipertensivos inmediatamente se produce un efecto rebote y una crisis hipertensiva, que debe aprenderse a gestionar.
10. Realizar una denervación renal en casos de hipertensión resistente
Cuando el paciente se enfrenta a una hipertensión resistente o refractaria, que no responde adecuadamente a terapias combinadas de varios fármacos antihipertensivos, se piensa que ha llegado el momento de valorar la situación clínica para realizar una «denervación renal». Este es un procedimiento mínimamente invasivo, que se realiza por cateterismo, por vía transfemoral, y a través del cual se obtienen grandes beneficios. También puede aplicarse por ultrasonidos, a lo que se añaden tecnologías no invasivas en desarrollo que permitirán universalizar el tratamiento para convertirlo en una buena opción terapéutica.
No te olvides de Confucio
Si quieres controlar adecuadamente la hipertensión «exígete mucho a ti mismo y espera poco de los demás. Así te ahorrarás disgustos». Este es el admirable consejo de Confucio.
Manuel de la Peña, M.D., Ph.D.