Ángel Lafuente Zorrilla
Experto en Oratoria y Técnicas Verbales
Locutor y Presentador en TVE (1986-2005)
Llevo seis décadas señalando que el sistema docente, incluso el universitario, birla a los ciudadanos tres dotaciones imprescindibles: Poseer una personalidad imbatible; dominar la palabra hablada, en público y siempre, con placer escénico; y conocer el diálogo.
Miles de titulados salen a la calle, cada año, cargados de conocimientos, pero ayunos del mejor instrumento para poner a contribución social lo recibido en las aulas: El dominio de la palabra.
Porque, ¿cómo se puede vivir dignamente sin contar con una personalidad absolutamente segura, y de qué nos sirve conocer, si no sabemos exponer, o lo hacemos sometidos al ridículo miedo escénico?
La formación que imparto sirve para TODOS, para TODO y para SIEMPRE. Un conocido empresario escribió, tras asistir a un curso: «Me he emocionado hasta las lágrimas escuchándote hablar durante horas, sin desconectar un solo segundo, sin aburrirme ni un instante. Nunca imaginé salir de un curso tan transformado y, al mismo tiempo, siendo más “yo” que nunca. ¿Cómo es posible que me hayas dejado una huella tan profunda?”
Hablo positivamente de mi tarea; pero con humildad, pues todo me vino regalado a través del patológico terror escénico que sufrí en mi adolescencia, y que superé, con dolor y años, hasta alcanzar el placer escénico como meta al tomar la palabra. A la vez, descubrí que la formación en comunicación oral está trufada de graves errores que se pasan de boca en boca, y de libro en libro, de manera acrítica. Y así tribunas, púlpitos, cátedras…. son potros de tortura para oradores “desorientados”, y para sus oyentes.
Cuatro ideas sobre la comunicación oral
La palabra hablada nos sido regalada desde nuestra llegada al mundo, cuando la comenzamos a escuchar entremezclada con las primeras miradas de amor que recibimos en la cuna; y se ha instalado en nuestra vida discretamente, casi de puntillas, con naturalidad. Pero, como lo gratuito no se valora, dejamos correr la vida sin saborear un don tan excelente, sin penetrar en su entraña, y sin deleitarnos con la belleza de tan genial invento del ser humano. !Qué pobre, el que no dispone de palabras para entregar, y qué triste el que no recibe palabras que le alivien el alma dolorida¡
¿Hablar o comunicar? Comunicar sin duda, que consiste en transferir contenidos desde el emisor hasta el receptor. Se puede dominar académicamente la palabra, y no comunicar. Así ocurre con demasiada frecuencia.
Personalidad imbatible y libertad de pensamiento
En ese enlace radica el quiz del abandono de la oratoria: A los poderes les inquieta la libertad de pensamiento de los ciudadanos; y a estos también, por su inseguridad personal que se suma a la tan generalizada pereza intelectual.
El eminente catedrático de Filosofía, Dr. Lledó Íñigo, ha escrito: “A mí me llama la atención que siempre se habla, y con razón, de libertad de expresión. Pero lo que hay que tener principalmente es libertad de pensamiento. ¿Qué me importa a mí la libertad de expresión, si no digo más que imbecilidades? ¿Para qué sirve, si no sabes pensar, si no tienes sentido crítico, si no sabes ser libre intelectualmente hablando?”.
Son incontables las reuniones que he mantenido, a lo largo de demasiadas décadas, con consejeros autonómicos de educación, con rectores, con decanos, con directores de centros docentes, etc. Pero, sobre todo, con siete Ministros de Educación, de los dos colores políticos. Todos me han manifestado coincidir con mi inquietud, pero sin resultado práctico alguno.
Uno de esos ministros me había enviado, en 1997, una carta de la que extraigo el siguiente párrafo: “Coincido con usted en su consideración de que la comunicación oral, no está suficientemente atendida en nuestros planes educativos, cuando no se haya ausente de los mimos. Nos encontramos entonces con la paradoja de que licenciados, e incluso doctores, carecen del dominio de los elementos indispensables para exponer, presentar y, en todo caso, ofrecer socialmente cuanto han recibido en las aulas”. Cuando me recibió este ministro, me reiteró su posición al respecto; pero tampoco ocurrió nada de nada.
Repaso algunos aberrantes refranes que todo el mundo conoce y repite: “En boca cerrada, no entran moscas”, “El que tiene boca se equivoca”, “El hombre es dueño de sus silencios, y esclavo de sus palabras”, “La mejor palabra es la nunca dicha”, y otros muchos. Dado que parecidos refranes existen desde antiguo en todas las culturas, cabe concluir que se trata de mensajes de los poderes para cerrar la boda a la ciudadanía; y, con la boca, su mente.
El dominio de unas técnicas tan simples como irracionalmente mitificadas, aporta valores que van mucho más allá de la mera aptitud comunicativa. Valores que justifican al sujeto en democracia: es decir, aquel que, se reconoce como titular del poder; y como creador de su propio pensamiento, para participar permanentemente en la construcción de la sociedad civil.
Los ciudadanos han sucumbido al “interesado y estúpido” engaño de que “hablar en público es privilegio de unos pocos que cuentan con determinadas cualidades innatas; en definitiva, que “el orador nace, no se hace”. Me encuentro en condiciones de asegurar que tal criterio carece de fundamento, y es falso de toda falsedad.
Cuento con la experiencia acumulada a lo largo de más de medio siglo enseñando técnicas de comunicación oral a cientos de miles de alumnos mediante conferencias y cursos de corta duración, presenciales y on line: Actividades docentes únicas en el mundo pues eliminan las prácticas individuales. A cambio convierto la vida diaria en el taller permanente de la palabra hablada, con resultados inmediatos. En cualquier situación, el que sabe comunicarse, aventaja a los demás.
Palabra versus poder
Reitero como punto fundamental que el desconocimiento del sencillo dominio de la palabra hablada, y la mitificación de sus elementales técnicas, obedecen a que los poderes -todos los poderes- temen al libre pensamiento que no se atiene a lo “políticamente correcto”. Torpes poderes, pues sólo los librepensadores construyen sociedad en democracia. En vísperas de unas elecciones especialmente decisivas, ¿qué sería de España con 47 millones de mujeres y de hombres librepensadores? Sin duda, la nación avanzadilla del mundo, y no un colectivo obediente a los mandatos de líderes, partidos, ideologías y credos.
Formación para la palabra
La ignorancia de las técnicas de comunicación oral empobrece al individuo. Cabezas atestadas de conocimientos, pero de lengua torpe, llenan las empresas, los despachos, las cátedras, los parlamentos y los púlpitos.
La comunicación ha de sustentarse en tres grandes intereses: Amor preferente a uno mismo, solidaridad con los receptores, y apasionamiento por el mensaje. Si falla cualquiera de estas profundas adhesiones, se hablará y se generará ruido inútil; pero no se comunicará.
Ese amor preferente a uno mismo, y la consideración calderoniana del mundo y de la historia como un Gran Teatro poblado por miles de millones de actores iguales en dignidad y valor esencial, pero con diferentes papales a interpretar, sustenta la posesión de una personalidad imbatible que transforma los climas laborales y sociales; dinamiza el entusiasmo por vivir; incrementa la productividad; y genera valor y crecimiento rentables en todos los órdenes, con impacto cierto en la cuenta de resultados.
Cabe añadir, a la genial visión de Pedro Calderón de la Barca, la luminosa confirmación de Jorge Manrique cuando canta que “A papas, emperadores y prelados, así los trata la muerte como a pobres pastores de ganados”.
Nadie esencialmente es superior ni inferior a nadie, sino que a los actores se nos han asignado diferentes papeles a interpretar. Semejante incontestable idea, transforma la visión y la actitud de quien la asume, aunque le cueste; en forma tal que pueda preguntarse, ¿quién es quién para suscitarme miedo escénico al hablar delante de él, o de ellos? Por eso, debe indignarse y rebelarse quien perciba en sí el más mínimo miedo escénico que supone un desprecio intolerable a uno mismo, y un sometimiento al juicio ajeno.
El cumplimiento del ideal deontológico de «decir lo que sentimos, y sentir lo que decimos», se frustra sin libertad y sin el dominio de la palabra.
El diálogo
Hay que contar con ideas firmes, sí; pero no inamovibles. Firmes, pero cubiertas con el oro de una cierta provisionalidad. Quien crea haber llegado en este mundo a la verdad definitiva, es un fundamentalista con corbata, incapaz de dialogar. Desde la larga experiencia estimo que “casi todos” lo son o lo somos; y así nos va.
Concluyo este artículo con una mera alusión al diálogo como culmen de todo proceso comunicativo; diálogo que se confunde con la discusión, el debate o la negociación, cuando es una realidad infinitamente más profunda, y cuyo desconocimiento retarda la maduración de los pueblos, y arriesga la paz. (No me resulta posible, por la dimensión del artículo, desarrollar algo que todo el mundo cree conocer, y que sin embargo ignora del todo. (Sé muy bien lo que digo).
Epílogo
En resumen, si la palabra hablada es el instrumento insoslayable para construir un mundo más habitable y fraterno, su dominio por parte del pueblo debería ser atendido prioritariamente por las autoridades académicas.
En fin, ahí quedan algunas ideas que desean encontrar mentes abiertas que las acojan y difundan para el progreso de la sociedad.
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