La posibilidad de ataques nucleares, de radiación, químicos y biológicos, es una amenaza real percibida por los gobiernos de todo el mundo. El mercado de contramedidas médicas contra la radiación aguda creció exponencialmente tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 y el subsiguiente uso de ántrax en un ataque biológico en los EE. UU. Por este motivo, se lleva varios años trabajando en biodefensa nuclear para desarrollar medicamentos para combatir los efectos de la exposición a la radiación para utilizarlos en caso de una guerra nuclear. Pero como decía Aristóteles: “No es suficiente ganar la guerra, es más importante organizar la paz”.
La amenaza del síndrome de radiación aguda se limita principalmente a escenarios de emergencia/defensa y es significativa dada la posibilidad de incidentes nucleares/radiológicos, atentados terroristas o guerra nuclear. Una bomba nuclear produce calor extremo (millones de grados de temperatura), tormentas de fuego, onda expansiva y destrucción de edificios. Por eso habría que pensar más en Martin Luther King Jr. que decía: “Una nación que continúa año tras año gastando más dinero en defensa militar que en programas sociales, se acerca a la muerte espiritual”.
Se están desarrollando fármacos innovadores bajo la guía de la Norma para animales de la FDA para el Síndrome de Radiación Aguda. Roman Abramovich y otros inversores rusos privados y americanos han invertido en I+D+I, pero debería haber más transparencia sobre quién está realizando inversiones mega millonarias en el desarrollo de píldoras antinucleares que puedan usarse en el campo de batalla en una posible guerra nuclear, para saber quiénes se benefician de ello. Sin lugar a duda, las alianzas pueden acabar con nuestros mayores enemigos y hacer que ambas partes podamos salir beneficiadas. Por eso Abraham Lincoln decía: “Destruyo a mis enemigos cuando los hago mis amigos”.
Hay compañías biofarmacéuticas innovadoras que desarrollan enfoques vanguardistas para activar el sistema inmunitario y abordar necesidades médicas graves, usando plataformas tecnológicas patentadas de activadores de receptores inmunitarios tipo Toll que tiene aplicaciones en la mitigación de lesiones por radiación aguda y especialmente en inmunooncología (como antitumorales).
Fruto de mis propias investigaciones que realizo sobre longevidad, que es para mí un verdadero hobby, descubrí, de forma casual, que existe el entolimod como candidato a fármaco antienvejecimiento y otras indicaciones asociadas con el daño del genoma. Entre sus resultados clínicos están la activación de la respuesta inmunitaria innata y adaptativa en los pacientes. De ahí, su uso en el campo relacionado con la prevención o tratamiento de cualquier enfermedad, trastorno o fragilidad humana causada por el envejecimiento, incluido el tratamiento de “sobrevivientes de cáncer”.
Sin embargo, el entolimod también se ha desarrollado para la indicación de reducir el riesgo de muerte después de la exposición a la irradiación potencialmente letal que ocurre como resultado de un desastre de radiación por guerra nuclear o incidentes. Este medicamento es un agonista del receptor tipo Toll 5 (“TLR5”), que se está desarrollando como una contramedida de radiación médica para reducir el riesgo de muerte después de la exposición a radiación potencialmente letal, es decir, al conocido como Síndrome de Radiación Aguda (“ARS”).
Los estudios descifran la cascada de eventos de señalización celular que se desencadenan por la activación de entolimod de la vía TLR5 en el hígado. Los datos también definen los roles funcionales de las células asesinas naturales (“Natural Killers”), las dendríticas y las células T CD8+ en la actividad del fármaco como supresor de las metástasis tumorales.
Un estudio de eficacia fundamental realizado en 179 primates demostró con un alto grado de significación estadística que la inyección de una dosis única de entolimod administrada a macacos rhesus 25 horas después de la exposición a una dosis letal del 70 % de irradiación corporal total, mejoró la supervivencia de los animales casi tres veces en comparación con el grupo de control.
Los eventos adversos más comunes están relacionados con la regulación positiva de las citoquinas que también son biomarcadores de eficacia y tan sólo se observó una disminución transitoria de la presión arterial y una elevación de las enzimas hepáticas junto con un síndrome seudogripal transitorio de carácter leve a moderado.
La FDA puede otorgar el estatus de Vía Rápida por emergencia a fármacos para la prevención de la muerte después de una dosis potencialmente letal de irradiación corporal total durante o después de un desastre de radiación por una guerra nuclear. El gobierno de los EE. UU. mantiene una reserva nacional de productos para uso de emergencia, pero como diría Juan Pablo II: “La guerra es una derrota para la humanidad”. Y tal vez este es el motivo por el cual el Papa emérito Benedicto XVI dedique su tiempo a rezar convencido de que la vuelta de Jesucristo a la tierra pondría “orden” en el “nuevo orden mundial”.
Por otro lado, varios países como Alemania, Bélgica y Suiza, entre otros, ya están suministrando a su población píldoras de yoduro potásico para que personas que viven cerca de centrales nucleares estén protegidas en caso de un incidente nuclear. Las pastillas de yoduro potásico tienen la capacidad de bloquear el paso del yodo radiactivo a la glándula tiroides, impidiendo que esta absorba radiación para evitar el cáncer de tiroides.
Una guerra nuclear significa forzosamente el fin de nuestra sociedad y tal y como la conocemos, pues podemos estar seguros de que esto ocasionaría una hecatombe mundial sin precedentes, extremadamente perjudicial para todos los seres humanos. Y Einstein invadido de razón decía: “No sé con qué armas se luchará en la Tercera Guerra Mundial, pero sí sé con cuáles lo harán en la Cuarta Guerra Mundial: será con piedras y palos.”
Hoy en este artículo he rescatado las enseñanzas de mi gran maestro Bernard Lown, cardiólogo y Premio Nobel de la Paz que lo consiguió por luchar hace ya treinta años contra la guerra nuclear. Me impregnó de sus conocimientos, pero debo confesar que me costaba comprender todo lo que me decía en 1.997. Era un sabio y se anticipó a todas las barbaridades que hoy estamos viviendo.
Tan sólo me consuela lo que decía Kant: “El cielo le ha dado tres cosas al hombre como contrapeso a tantas penas: la esperanza, el sueño y la risa.”