“Estoy bajo el agua y los latidos de mi corazón producen círculos en la superficie”, así de claro lo afirmaba Milan Kundera. De hecho, en este siglo XXI, conceptos como genómica, proteómica, células madre y medicina personalizada han permitido desarrollar herramientas que, a día de hoy, podemos calificar como una gran revolución para la cardiología.
No en vano, todas ellas son vías innovadoras de acercamiento a la enfermedad y a sus causas. En esta era de continua transformación de la salud, también somos testigos de cómo la cardiología se encuentra inmersa en un momento de grandes innovaciones tecnológicas y de la existencia de importantes expectativas en torno a los resultados de la ciencia y su potencial contribución a la curación de enfermedades del corazón y a la mejora de la calidad y esperanza de vida de los pacientes cardíacos y, en definitiva, como diría Christian Barnard, “el éxito comienza con un pensamiento positivo”.
Para hablar de los radicales libres hay que aclarar algunos datos. En estos momentos, las personas de los países industrializados viven una media de 80 a 85 años. Cerca de 1 de cada 6.000 personas en determinadas partes del mundo llega a los cien años. Los supercentenarios, los que viven hasta los 110 o incluso más, son casos que se dan solamente en 1 de cada 7 millones. Sin embargo, como decía Jacques Rousseau “el hombre que más ha vivido no es aquél que más años ha cumplido, sino aquel que más ha experimentado la vida”.
El hombre más viejo del mundo falleció en junio del 2014 a los 123 años, era Carmelo Flores, de Bolivia, sin embargo, la mayoría de los que viven hasta los cien años o más son mujeres. De hecho, los centenarios son un modelo de envejecimiento, hasta tal punto que tan solo hace unos días ha fallecido el gran cineasta portugués, Manoel de Oliveira a los 106 años y, parafraseando a Confucio, “aprende a vivir y sabrás morir bien”.
Teniendo en cuenta que la longevidad tiende a darse entre familias, hay evidencias científicas que la genética juega un papel muy importante en este rasgo, ya que lo que parece hacer que la gente viva una vida muy larga no es la falta de predisposición genética a las enfermedades, sino tener un mayor número de variantes asociadas con la longevidad que pueden contrarrestar los efectos de las variantes asociadas a las enfermedades, pero, como decía Víctor Hugo, “el cuerpo no es más que una apariencia y esconde nuestra realidad. La realidad es el alma”.
Existen múltiples teorías acerca del complejo proceso de envejecimiento y, entre las más aceptadas, estaría la de los radicales libres, que explica el envejecimiento del organismo como el daño producido en los tejidos por los radicales libres, de tal manera que, conforme el individuo envejece, habría un desequilibrio entre radicales libres y defensas antioxidantes del organismo. No obstante “la vida no se ha hecho para comprenderla, sino para vivirla” como decía Jorge Santayana.
La oxidación de los tejidos condiciona la edad biológica (independiente de la edad cronológica) lo que permite diferenciar no solo la edad verdadera entre individuos, sino entre células, tejidos e incluso órganos; así, algunos individuos podrían tener un corazón más envejecido que su riñón y viceversa. En este sentido, recordemos a Dickens que decía “el corazón humano es un instrumento de muchas cuerdas; el perfecto conocedor de los hombres las sabe hacer vibrar todas, como un buen músico”.
Entendiendo que esa oxidación efectivamente es lo que añade “años” a nuestros órganos, el planteamiento es de nuevo cómo paliar sus efectos y, por este motivo, las medidas cardiosaludables son también medidas antienvejecimiento. Entre estas destacan, sobre todo, evitar el estrés crónico, el sobrepeso, el tabaquismo y realizar actividad física. Huir de la exposición excesiva a luz solar y prestar atención a la dieta sana son otras de las recomendaciones que pueden contribuir a mantenerse biológicamente joven y, de hecho, “la esperanza de vida aumentaría a pasos agigantados si los vegetales olieran tan bien como el tocino”, como afirmaba Doug Larson y, en este sentido, mi verdadero paradigma son Naty Abascal y Valentino, que gestionan como nadie el autocuidado de la salud.
Estrés oxidativo
El daño o estrés oxidativo se ha definido como la exposición de la materia viva a diversas fuentes que producen una ruptura del equilibrio que debe existir entre las sustancias o factores prooxidantes y los mecanismos antioxidantes encargados de eliminar dichas especies químicas, ya sea por un déficit de estas defensas o por un incremento exagerado de la producción de especies reactivas del oxígeno. Todo esto trae como consecuencia alteraciones de la relación estructura-función en cualquier órgano, sistema o grupo celular especializado; por lo tanto se reconoce como mecanismo general de daño celular, asociado con la fisiopatología primaria o la evolución de un número creciente de entidades y síndromes de interés médico social, involucrado en la génesis y en las consecuencias de dichos eventos, pero, como diría Ernesto Sábato, “la vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse”.
Por reacciones puramente bioquímicas, por acciones enzimáticas o por efecto de las radiaciones ionizantes, se pueden producir una serie de especies reactivas químicas o sustancias prooxidantes (moléculas o radicales libres altamente reactivos) que son capaces de dar lugar a múltiples reacciones con otros compuestos presentes en el organismo, que llegan a producir daño celular y, como decía León Tolstoi, “envejecer es lo más inesperado de todo lo que le sucede al hombre”.
Radicales libres
Hablando de radicales libres y, como afirmaba James Watson, premio Nobel, “uno de los secretos de la longevidad consiste en reducir los niveles de antioxidantes”. Desde el punto de vista bioquímico los radicales libres son todas aquellas especies reactivas químicas, cargadas o no, que en su estructura atómica presentan un electrón desapareado o impar en el orbital externo, dándole una configuración espacial que genera gran inestabilidad, señalizado por el punto situado a la derecha del símbolo. Poseen una estructura birradicálica, son muy reactivos, tienen una vida media corta, por lo que actúan cercano al sitio en que se forman y son difíciles de dosificar. Desde el punto de vista molecular, los radicales libres son pequeñas moléculas ubicuitarias y difusibles que se producen por diferentes mecanismos entre los que se encuentran la cadena respiratoria mitocondrial, la cadena de transporte de electrones a nivel microsomal y en los cloroplastos y las reacciones de oxidación, por lo que producen daño celular (oxidativo), al interactuar con las principales biomoléculas del organismo y, como afirmaba Louis Pasteur, “si no conozco una cosa, la investigaré”.
Por último, no se puede olvidar agentes como el humo de cigarrillos, el estrés crónico, los conflictos emocionales permanentes, el estrés postraumático, el consumo excesivo de alcohol, la depresión subclínica, los alimentos insanos y las sustancias que oxidan el glutatión (GSH) como fuentes de radicales libres.
Existen algunas circunstancias donde se producen radicales libres como son: dieta hipercalórica, dieta insuficiente en antioxidantes, procesos inflamatorios y traumatismos, fenómenos de isquemia y reperfusión, ejercicio extenuante y efectos adversos de algunos fármacos. Y como diría Mike Adams “actualmente más del 95% de las enfermedades crónicas son provocadas por alimentos, ingredientes tóxicos, deficiencias nutritivas y falta de ejerció físico”.
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