La vida después de la muerte

Manuel de la Peña, MD, PhD

La vida después de la muerte

La vida después de la muerte 650 450 Instituto Europeo de Salud y Bienestar Social

Manuel de la Peña

“El hombre muere para que nazca el héroe”, decía Cernuda. Y este es mi consuelo después del dramático huracán post coronavirus que se ha llevado por delante a bellísimas personas que me han dejado en shock y con las que mantengo, a través de la oración, una “relación viva”. Es raro no pensar algún día en mi querido Carlos Falcó, Marqués de Griñón, del cual todos hemos aprendido a “ser” más que a “tener”.  Griñón dominaba el arte de la “buena vida” y, cuando nos convidaba a su Palacio del Rincón, nos decía que “cuando hablas de tu pasado envejeces y cuando piensas en nuevos proyectos rejuveneces”. Un vitalista y entusiasta que nos seguirá guiando desde el cielo.

La esencia del que vive después de la muerte puede ser la supervivencia del alma, espíritu o consciencia que lleva consigo y puede conferirle una identidad personal. Esto me lleva a pensar que en los casi 7 años que lleva en el cielo Bimba Bosé, nos sigue impregnando de su talento musical y su sólida personalidad polifacética. Desde el primer segundo que la conocí, me ha dejado su sello imborrable. Sin lugar a dudas, la vida después de la muerte es la creencia de que la parte esencial de la identidad o el flujo de consciencia de un ser vivo continua después de la muerte del cuerpo físico.

Otra huella imborrable es la de nuestro adorable João Flores, un mago social invadido por el bien y que los Ángeles lo necesitaban en el Cielo para montar “su nuevo grupo”. João tenía grandes virtudes para “construir el bien” y una filosofía de vida basada en lo que decía Jean-Paul Sartre: “la felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que se hace”.

Otra de las almas que se ha ido al cielo ha sido Alfonso Cortina, “mi cacho amigo”, como me decía él. Me regaló sus últimos días, donde estuvimos unidos como una piña rezando y pensando en Aristóteles, que decía que “la esperanza es el sueño del hombre despierto”. Querido Alfonso, te tengo en mis oraciones.

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Los seres celestiales pueden descender a la tierra y los seres terrenales pueden ascender al cielo, que es el lugar más alto, más sagrado, el verdadero paraíso. Un lugar de recompensa, a donde se ha ido también hace unos años mi alma gemela, Marco Hohenlohe, un ser espiritual en estado puro. Pero, como decía Platón, “el tiempo es una imagen móvil de la eternidad”.

De hecho, Platón, en su admirable obra Fedón, pretende una demostración racional de la inmortalidad del alma basada en la teoría de las ideas como realidades invisibles, estables e idénticas a sí mismas, con lo que el alma es capaz  de  afianzarlas. Por ello, conservo en mi corazón los entrañables recuerdos de Nito Fontcurberta en su barco, haciendo travesías puramente bucólicas y gastronómicas. De hecho, cuando voy navegando, sigo observando como Nito, desde el Cielo, ilumina la luz del faro en alta mar.

La creencia en una vida después de la muerte contrasta con la posición científica mayoritaria.  Sin embargo, me fascina  Gandhi  que afirmaba que “cuando todos te abandonan,  Dios se queda contigo”. Y, llegados a este punto, me vuelve a la memoria mi querido padre, que a sus 97 años se levantaba llorando porque se resistía a morir, a pesar de que yo siempre le repetía que “hay una vida mejor”. Pero mi padre, al igual que el campeón del mundo de motociclismo, mi querido Ángel Nieto, era un ser terrenal en estado puro que disfrutaba cada segundo de lo que hacía. Todavía recuerdo de Ángel su “no” a ponerse un stent y, sin embargo, un tonto accidente en su quad se lo llevó al cielo.

Tras un año invadido de tristeza, hace unos días, me cambió la vida. Desayunando en Four Seasons, me reencuentro con dos auténticos Ángeles, Alonso y Pamela, duques de Medina Sidonia, que me hacen el mejor regalo de mi vida: la Sagrada Biblia. Alonso, que es un admirable historiador y con una sólida Fe, me recomienda que lea un pequeño párrafo bíblico cada noche. Así lo hago. Entre nosotros se consolida una alianza de sentimientos, basada en la dimensión sobrenatural de Dios.

Y, para finalizar, me viene a la memoria mi alter ego, Ramón Tamames, que cuando reúne a su grupo de pensadores, reflexionamos sobre su admirable libro “Buscando a Dios en el universo” y siempre nos dice que aunque “al escribir el libro no he encontrado a Dios, intuyo que existe”.

Manuel de la Peña MD, PhD

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